Barriga verde
Cuenta el abogado, historiador, poeta, folklorista, filólogo, educador y
creador del diarismo en la República Dominicano. Don César Nicolás Penson, en
su libro “Cosas anejas”, una interesante
historia acaecida durante la época colonial y conservada por transmisión oral:Barriga
verde, la historia de un muchacho de noble ascendencia española, a
quien por intriga de familia lo mandan a la lejana colonia de Santo Domingo y
allí lo abandonan, aunque para suerte lo acoge y atiende paternalmente un
hombre sencillo y laborioso; la historia se desarrolla a fines del siglo
XVII, vagaba por las calles de esta histórica y «muy noble» ciudad de Santo
Domingo, un pobre muchacho, según dicen, su edad no pasaría de cinco a seis
años, tal vez, llegaría a diez.
Aquel
jovencito bautizado por los muchachos de la época con el mote de Barriga verde
con el fin de ridiculizarlo por el protuberante vientre que exhibía causado
por las altas calenturas que sufría y que le consumían.
Un buen
día, un hombre negro, habitante ejemplar de la ciudad colonial el cual dentro
de su pobreza llevaba, más o menos, una vida holgada gracias a que era
en, aquel momento, el que calzaba a ricos y pobres, pues tenía un pequeño
taller de zapatería donde fabricaban los más hermosos diseños de chancletas o
sandalias de cueros de cabras (chivo) curtidos de la más alta calidad, algunos
dicen que también era sastre, junto a su taller de zapatería tenía una pequeña
bodega que usualmente atendía su esposa.
Dice, don
César, que un día, en que aquel buen hombre de piel negra como azabache, se
encontraba entregado a sus ordinarios quehaceres de artesano, su mujer,
que había salido a la calle entró muy compungida y llena de esa caritativa
conmiseración que inspiraba al prójimo en tiempo en que el prójimo era aún
persona humana, oyó que esta le decía:
-¡Ay!
Taita Polanco, que así le denominaban, y como llamaban entonces a padres
y abuelos, mira que ahí, en la calzada está un pobre muchacho blanco,
enfermito, enfermito ¡el pobre! Está titiritando de calentura.
Efectivamente,
era el ya célebre barriga verde que se encontraba postrado en la calle al borde
de la muerte con una fiebre cerca de los 40 grados, apenas se le escuchaba un
débil gemido, y continuaba con fuertes temblores de frío.
El taita
Polanco no lo pensó dos veces y ayudado por su mujer se echó su muchacho al
hombro y lo introdujo a su humilde morada, e hizo preparar una cama lo más
cómoda que pudo con junco y pieles, al tiempo que mandaba a disponer ciertas
pócimas caseras con la que se proponía medicinal a su protegido.
Tan
buenas fueron las pócimas como las humildes atenciones de aquella familia que
en breve tiempo barriga verde estaba como nuevo, y se quedó a vivir bajo tan
hospitalario techo, apellidando papá al taita Polanco.
Dicen que
la familia se encariñó con el niño como si fuese hijo propio, desde entonces,
se le alimentó con buena comida, mando hacer ropa elegante, se le
recortó, lavó y despiojó el rubio pelo esmeradamente.
Era el
niño al decir de algunos familiares y amigos sobrevivientes del honrado
menestral, lo que se llama un botón de rosa: muy blanco, sonrosado de ajos
azules, pelo rubio, nariz perfilada, cara redonda y lleno de carnes. Denotaba
gran inteligencia.
¿Pero quién era ésta abandonada criatura?
A decir
verdad, ni él mismo podía contar nada, porque no sabía ni como lo habían traído
de España, ni que tierra era esta ni persona alguna podía dar informe de él.
La esposa
de Polanco estaba clueca y toda la familia le rodeaba de atenciones y cuidados,
tratándole como a un príncipe.
El viejo
taita se hacía acompañar de su niño a todas partes, le puso a la escuela mañana
y tarde, le llevaba y le traía.
Tiempo
después de estar aquí el desamparado niño, llegaron unos papeles, para que se
buscase a un niño que había desaparecido de la Corte de España, requisitoria,
que, dicen, se dirigieron a todos los dominios españoles; perdida ya, parece,
la esperanza de encontrársele en la península.
Y aquí entra nuevamente el misterio.
Llegado
era el momento de la cruel separación, en que debía restituirse al niño a su
hogar y a su patria.
El cómo
sucedió nadie lo sabe, las autoridades clandestinamente arrebataron al muchacho
que ya estaba hecho un mocito, cual dicen que desapareció tan misteriosamente
como había aparecido.
Pasado ya algunos años.
Vivía en la ciudad de santo domingo un señor muy respetable que era Escribano (Funcionario público autorizado para dar fe de las escrituras y demás actos que pasaban ante él.) Tenía entre manos un asunto grave que había de resolverse en la capital española. El Notario debía pasar forzosamente, debido a esta circunstancia.
Sintió la necesidad que tenía de una persona de su confianza que le acompañara a tan largo viaje.
Naturalmente, pensó inmediatamente en el hombre más honrado de la ciudad, en aquel viejo y muy querido Polanco.
Una tarde dijo al digno artesano, tomándole aparte:
-Tengo un grandísimo empeño contigo, mi querido taita Polanco; pero no me has de decir que no.
-Sabrás pues, que debo ir a España a asunto urgente, y necesito una persona de confianza y de bien que haga conmigo el viaje.
-¿Señor? “Este pobre negro” ir a España. ¿Habla su señoría de veras?
-Como lo oyes- ¿De qué te asombras?, buen Taita Polanco. ¿Te decides o no? Te advierto me harías un gran servicio.
-Después de pensarlo y repensarlo, no sin antes consultar a su familia, ya que los viajes en aquellos tiempos se consideraban eterno, hasta se hacían testamentos y confecciones y comulgaba.
Vivía en la ciudad de santo domingo un señor muy respetable que era Escribano (Funcionario público autorizado para dar fe de las escrituras y demás actos que pasaban ante él.) Tenía entre manos un asunto grave que había de resolverse en la capital española. El Notario debía pasar forzosamente, debido a esta circunstancia.
Sintió la necesidad que tenía de una persona de su confianza que le acompañara a tan largo viaje.
Naturalmente, pensó inmediatamente en el hombre más honrado de la ciudad, en aquel viejo y muy querido Polanco.
Una tarde dijo al digno artesano, tomándole aparte:
-Tengo un grandísimo empeño contigo, mi querido taita Polanco; pero no me has de decir que no.
-Sabrás pues, que debo ir a España a asunto urgente, y necesito una persona de confianza y de bien que haga conmigo el viaje.
-¿Señor? “Este pobre negro” ir a España. ¿Habla su señoría de veras?
-Como lo oyes- ¿De qué te asombras?, buen Taita Polanco. ¿Te decides o no? Te advierto me harías un gran servicio.
-Después de pensarlo y repensarlo, no sin antes consultar a su familia, ya que los viajes en aquellos tiempos se consideraban eterno, hasta se hacían testamentos y confecciones y comulgaba.
Pues bien
si su señoría se empeña… Dijo el artesano.
Tras
muchos meses de navegación, tocó al fin el buque tierra.
Estando en Madrid, varias semanas después yendo distraídamente por una
calle adelante, bien abrigado con una vieja capa verde, encontrase con un coche
ricamente ataviado y con las armas de una gran casa.
Cuando del coche se arroja un personaje joven de distinción y vestido con suma elegancia, quien al verlo, y sin poderse contener, lanzó esta exclamación:
-¡Papa!…
-¡Papa! tornó a exclamar el desconocido bajando del carruaje y precipitándose en sus brazos, mi querido papá, ¿que ya no me conoce su merced? ¡¡Yo soy Barriga Verde!!
Cuando del coche se arroja un personaje joven de distinción y vestido con suma elegancia, quien al verlo, y sin poderse contener, lanzó esta exclamación:
-¡Papa!…
-¡Papa! tornó a exclamar el desconocido bajando del carruaje y precipitándose en sus brazos, mi querido papá, ¿que ya no me conoce su merced? ¡¡Yo soy Barriga Verde!!
En efecto, el pobre muchacho abandonado de las calles de Santo Domingo, el
recogido por caridad, era nada más y nada menos que el heredero de una de las
casas más encopetadas de España. El joven era, grande de España de primera
clase, caballero cubierto y toisón de oro y tal vez muy
allegada a la Real Familia. Era, además según dicen,
casado y jefe de una familia encumbradísima.
Dic. 1888
Dic. 1888
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